Juan José Hoyos, el cronista de esta y otras tierras
Foto por: EL TIEMPO/Archivo
Juan José Hoyos, cronista an (...).
Entre pesquisas y literatura hace periodismo. No es fortuito que admire al novelista Roberto Arlt.
Por: Manuela Saldarriaga H.
12:06 am | 22 de Mayo del 2014
Juan José Hoyos nació en Medellín en 1953 y le ha dado a la literatura antioqueña finales hermosos.
Generoso en detalles ha sido testigo y testimonio de dolencias y carencias humanas, así como de lo apacible que nos invade. El talante de gran cronista lo ha merecido por la fidelidad que tiene con quienes le han permitido atrapar su voz; él, con un gran cuidado, cariño y detenimiento, deja que esta se oiga en las páginas de sus libros o bien, en la dosis que nos brindó de sus recuerdos. (Vea más de la serie Plumas de Antioquia)
Sus retratos tienen la virtud de combinar lo natural y lo quimérico, sin ser esto último un elemento artificial o ilusorio, es así como lo hace con lo dulzón y lo amargo del hombre en relación con el tiempo y con el espacio en el que vive.
Habló con EL TIEMPO.
De todas las historias que ha escrito, ¿hay alguna, cualquiera que sea, de la cual se sienta cómplice?
Si se entiende la complicidad como empatía, ha habido muchas historias en las que me he sentido cómplice. La empatía es indispensable para escribir una buena historia.
A lo largo de mi vida, mis cómplices han sido los indígenas asediados y perseguidos, los campesinos desterrados, los refugiados, las víctimas de la violencia. En una palabra: los que llamamos débiles, que en últimas son los seres más valientes que he conocido.
Ha escrito hermoso y dolorosamente sobre los indígenas emberá y habla con gratitud hacia ellos por sus enseñanzas. ¿Cuál de estas es la que siempre recuerda?
Su modo de ver y sentir el mundo.
Para ellos, y en especial para sus chamanes, todo está vivo, todo tiene alma: no sólo los animales, sino también los vegetales y los minerales. De ahí su respeto por la Tierra, por la vida, por todo lo que los rodea. Conocer la espiritualidad de los emberá le dio un nuevo sentido a mi vida.
Usted, que ha sido más amante de la literatura que del periodismo, fue el primero en ganar el Premio Germán Arciniegas de Periodismo con el Oro y la sangre, ¿qué pensó entonces?
Primero que todo pensé que esa historia me había mostrado de principio a fin la tragedia que han vivido los indígenas de nuestro país desde la llegada de los españoles a América.
Además, a pesar de que la suya era una historia triste, sentí mucha alegría de poder escribirla sin inventar nada, siendo fiel a los hechos tal como los vi y los viví, pero contándolos con los recursos de la literatura: retratando los personajes y su historia, mostrando los lugares donde ocurrió la guerra por el oro, reconstruyendo los hechos a lo largo de los años, tendiendo lazos entre la historia de los indígenas y la historia de nuestro país…
Y a través de su investigación periodística, con la que ha dado cuenta de parte de la historia de este oficio en nuestro país, ¿qué tanto cree que ha cambiado?
Ha cambiado mucho. Para bien y para mal. Para bien, porque creo que el impresionante desarrollo de la informática y las telecomunicaciones nos ha dotado de herramientas nuevas de un valor inmenso para realizar de manera más eficaz nuestro trabajo.
Hay nuevas generaciones de periodistas egresados de las universidades con una mayor capacidad de comprender el sentido de su oficio.
Pero al mismo tiempo, el periodismo se ha vuelto demasiado veloz y cada vez los periodistas tenemos menos tiempo y menos espacio para investigar y para contar nuestras historias.
¿Qué piensa ahora de los periódicos?
Que se han modernizado mucho en el aspecto tecnológico pero que todavía les deben a sus lectores una modernización en su estilo.
Tratando de mantener su supremacía frente a la radio, la televisión y los nuevos medios electrónicos, continúan atrapados en la trampa de la primicia, de la inmediatez.
Los periódicos fueron los que inventaron el periodismo y hoy lo pueden reinventar usando sus mejores armas: narrando las noticias, explicándolas, mostrando el contexto en el que suceden… Y por qué no: haciendo todo eso no solo en el papel, sino en la Web, con todos los recursos de las redes informáticas: gráficos, videos, participación del lector… Pero con su propio estilo, en el que el texto es el centro del relato, y los demás recursos están al servicio de la palabra.
Vive ahora en una finca. Marta, su compañera, me dijo que sentiría envidia por las orquídeas que ella acababa de sembrar en el jardín. ¿Qué es lo que más admira del paisaje que tiene en frente?
Las montañas. Parecen vivas. Siento que me hablan.
Ah, y el color de la luz, que en las ciudades casi siempre es gris y aquí es de muchos colores. Nunca había vivido en el campo. No sabía lo que era despertar con el canto de los pájaros.
O escuchar por las noches los grillos, las ranas, las lagartijas, el sonido del agua de los arroyos… Aquí el mundo está lleno de voces.
Emily Dickinson lo une entrañable y paternalmente con el poeta José Manuel Arango, ¿qué otra virtud le provee esta mujer?
Muchas. Por ejemplo, la que le permite a uno vislumbrar el universo desde el jardín de su propia casa. La de por fin comprender el valor sagrado del silencio.
¿Y cuál es el poeta que más admira?
El poeta que más me gusta es San Juan de la Cruz.
Me sé de memoria muchos de sus versos. Sólo escribió unos cuantos poemas que no pasan de mil versos y para mí son los poemas de amor más verdaderos y más vivos que he leído en mi vida.
Cuando los leí, comprendí que místico no quiere decir menos humano, sino más humano en el sentido más alto: iluminado, tocado por el fuego. Por eso él ha sido el poeta de lengua española más amado por los poetas y los místicos de todas las religiones
¿Un poema o un tango?
Los dos. Los poemas y la música son hermanos desde los tiempos de Homero. Y en el tango, que ha tenido como letristas a poetas tan grandes como Homero Manzi y Enrique Santos Discépolo, esa hermandad pervive.
Los buenos tangos siempre son poemas cantados.
A propósito, ¿ha sentido que es un soplo la vida?
Como todo el mundo, después de cruzar la línea de sombra de los cincuenta años… Por eso tenemos que vivirla con intensidad. No somos más que una llama al viento.
En Mientras caen las flores de los guayacanes, escribió sobre la muerte de Pelusa: "que la flor, como él, se desprendió del árbol sin hacer ruido, sin miedo, sin lágrimas" Y que él le enseñó a vivir y también a morir. ¿Qué piensa de la muerte?
Que es parte de nuestras vidas y que casi todos nos negamos a aceptar eso. Pero cuando lo aceptamos, se convierte en una especie de alfiler que nos chuza y nos despierta y le da un nuevo sentido a todo.
¿La guerra podría ser narrada de una manera distinta hoy en Colombia?
Creo que sí. Tanto en el periodismo como en la literatura. Sin odio. Sin afán de escandalizar a nadie ni de vender más libros o periódicos con la sangre derramada. Con compasión por las víctimas. Y sobre todo mostrando que en la guerra no hay vencedores. Todos somos derrotados. La guerra es la peor de las derrotas que ha sufrido la humanidad a lo largo de su historia.
¿Escribe alguna novela en este momento?
Desde hace varios años estoy tratando de ponerle el punto final a mi tercera novela. El problema con las novelas es que no es uno el que escribe la historia, sino la historia la que lo escribe a uno.
Me contaron que es insomne, ¿qué tal le parece la noche? ¿La padece?
La noche es maravillosa. Hay silencio. Uno se puede encontrar consigo mismo. Se puede escuchar música y leer en paz. La agitación del día se detiene. Pero, claro: cuando se sufren crisis largas de insomnio, la noche puede convertirse en un tormento, una pesadilla: una vigilia sin final, un eterno presente, un infierno.
¿Alguna vez ha encontrado belleza en los momentos en los que ha sido testigo del dolor? O dicho de otro modo, ¿cree que podría haber belleza en el dolor?
El dolor provocado por la maldad de los hombres no tiene ninguna belleza. Pero el dolor inseparable de ciertos momentos de la vida humana puede ser bello. Pienso, por ejemplo, en el dolor del parto, del nacimiento. En el dolor de las despedidas. En el dolor del amor. Esa clase de dolores hacen parte de nuestras vidas y nos enseñan muchas cosas.
Y hablando de belleza, ¿qué le parece más bello de escribir?
Comprender la vida, comprender a los otros, comprenderse uno mismo. Y hallarle un sentido a la vida, que a veces pareciera que no lo tiene.
Obras y reconocimientos del autor
1975: Se graduó en Licenciatura en Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Antioquia y en 1984 publicó su primera novela Tuyo es mi corazón.
1987: Participó como escritor invitado en el Internacional Writing Program de la Universidad de Iowa (Estados Unidos) y en 1990 publicó El cielo que perdimos. Fue también corresponsal del periódico EL TIEMPO.
1994: Obtuvo el primer Premio de Periodismo Germán Arciniegas, patrocinado por la Editorial Planeta, con su trabajo El oro y la sangre, crónica sobre la historia de la lucha de los indios Emberá del Alto Andaguen por una mina de oro. El jurado estuvo conformado por los periodistas Juan Gossaín, Enrique Santos Calderón, María Isabel Rueda, Mauricio Vargas y el director de la editorial entonces, Enrique González.
2000: Dedicado durante más de 25 años a la docencia, publicó los libros de crónica Sentir que es un soplo la vida (1994) y Un pionero del reportaje en Colombia: Francisco de Paula Muñoz y el crimen del Aguacatal (2002).
2014: En 2003 publicó Escribiendo historias. El arte y el oficio de narrar en el periodismo, a finales de 2004 presentó una vez más El oro y la sangre.
Siguió Viendo caer las flores de los guayacanes en 2006 y una investigación sobre periodismo narrativo en Colombia: La pasión de contar - El periodismo narrativo en Colombia 1638-2000. Después, a finales de 2011, El libro de la vida y actualmente se encuentra escribiendo su tercera novela.
Manuela Saldarriaga H.
Para EL TIEMPO
Medellín
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