martes, 22 de julio de 2014

Juan Pablo Calvás

Juan Pablo Calvás
Haciendo fila
La historia de la inauguración del primer Starbucks en Bogotá me hizo volver sobre aquella reflexión. ¿Será que sí hay gente que siente placer al hacer una fila?

7:02 pm | 21 de Julio del 2014
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"Es que a los bogotanos les gusta hacer filas", me decía hace algunos años un amigo caleño. No recuerdo cuál fue el motivo para que lanzara esa frase, aunque sospecho que se dio frente a algún restaurante donde decenas de personas hacían cola cual si estuvieran regalando plata.

Me opuse totalmente a semejante idea: a los bogotanos no nos gusta hacer filas. ¿Acaso celebramos cuando tenemos que ir a hacer una vuelta a un banco? ¿Somos felices cuando nos tocan esas infinitas esperas para ser atendidos en la EPS? No. Hacer fila no le gusta a nadie, no somos masoquistas.

Sin embargo, la historia de la inauguración del primer Starbucks en Bogotá me hizo volver sobre aquella reflexión. ¿Será que sí hay gente que siente placer al hacer una fila?

Hace falta salir al mediodía a ciertos sectores de la ciudad para ver a esas personas que parecieran gozar de una larga espera. Generalmente, los encuentra uno a las afueras de lugares como Wok o Crepes & Waffles, haciendo fila. Esperan diez, quince y hasta veinte minutos para que les asignen una mesa y así poder almorzar. ¿Por qué? ¿Acaso no hay más restaurantes? ¿De verdad hay gente que sale con hambre al mediodía y lo único que se le ocurre es pararse frente a un local para hacer una fila de media hora mientras lo ubican?

Los amantes de esas filas gastronómicas me responderán que esos lugares tienen buena comida a precios bajos. ¡Pues no! Tienen comida sabrosa, no lo niego, pero los precios son estándar. Hay muchos restaurantes (con menús bien variados) que manejan precios similares. Así que si usted es de los que hacen fila para almorzar, creo que se ha dejado llevar por la pereza. ¡Salga! ¡Arriésguese! ¡Deje de hacer fila!

Otra historia es la de las filas por la novedad, aunque Colombia no es un país que se caracterice por grandes espectáculos de ese tipo. Aquí no hay locos que duermen cuatro días frente a un local de informática para ser los primeros en tener el nuevo iPhone. Tampoco hay endemoniadas y kilométricas filas para ver el estreno de alguna película de culto. Afortunadamente nuestro nivel de demencia no ha llegado hasta ese punto. Sin embargo, el caso Starbucks es la prueba de que nos puede dar esa fiebre.

Recuerdo que algo similar ocurrió hace casi veinte años cuando inauguraron el primer McDonald's de Bogotá. Hace quince años ocurrió lo mismo cuando llegó Wendy's al Centro Andino. La gente hizo largas filas para probar el producto de una cadena gringa: era sentirnos parte de un mundo del que generalmente parecemos excluidos.

Vi en Twitter una gran cantidad de memes y críticas a aquellos que hicieron fila para tomarse un café en Starbucks. No las comparto. Tal vez aquellos que lanzaron mensajes ácidos contra los que se dejaron deslumbrar por la novedad de dicha cafetería han tenido la fortuna de viajar y conocer cientos de tiendas Starbucks en el mundo, pero esa no es la regla. No todos en Colombia pueden viajar al exterior y tomarse un café cuando a duras penas hay dinero para sostener un hogar.

¿No era de esperar que ante la novedad muchos querrían probar el sabor del tan mentado frappuchino? ¿No les parece cruel burlarse de aquellos que no tienen la fortuna de viajar por el mundo?

Hacer fila para comer en un restaurante de cadena me parece una tontería, pero hacerla para conocer algo con lo que nos bombardean todos los días en películas y seriados de televisión no debería ser considerado un pecado.


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