El profesor Juan Carlos Osorio salió tarde a la cancha. Vestido con un traje gris y una corbata verde reluciente, el técnico de Nacional se tomó su tiempo para orar adentro del camerino.A quien quiera que le haya rezado, parece que le funcionó. Porque cuando había transcurrido tan solo un minuto con cuarenta y tres segundos, Alexis Henríquez, con el doce en la espalda, sacó un zapatazo luego de un centro y la metió en el arco de Sebastián Viera. Fueron unos pocos minutos electrizantes. Nacional parecía una máquina que encontró por el costado izquierdo el hueco perfecto para entrar con Edwin Cardona y Juan David Valencia, que lucía hambriento de gol.Hasta ese momento, la final para Nacional estaba servida en bandeja de plata. Se trataba solo de contener la ansiedad, de manejar el partido, y de conseguir con otro gol, en tal momento de inspiración, la estrella catorce.Hasta que llegó el minuto dieciséis y Junior se sacudió. Los tiburones aparecieron de la nada en con un contragolpe y con un centro para Edinson Toloza, quien terminó hundiéndola en la red de Franco Armani, así como había ocurrido en Barranquilla el domingo anterior, en el juego de ida. La serie se ponía ahora dos a uno, a favor del Junior. Y la historia del partido cambió. La cara de Osorio, parado en la raya del banco, daba cuenta de la desilusión; reflejaba un poco que las salidas de Valencia por la izquierda ya no eran igual de contundentes, que la claridad se esfumaba, que Sherman Cárdenas parecía otro, que el Dios al que le había orado ya no parecía estar de su lado.El fantasma de la final de hace diez años comenzó a rondar de nuevo sobre las graderías. El 19 de diciembre del año 2004, Junior le había ganado a Nacional en el Atanasio por penales, en un partido que en los noventa minutos había terminado cinco a dos, a favor de los paisas. Aquella vez y hasta el minuto 88, Nacional tuvo la estrella en sus manos. Pero fue cuestión de dos minutos para que Junior diera el "golpe de estadio".Ahora las cosas eran distintas. El Nacional de Osorio que salió hoy a la cancha fue el mejor del campeonato, llegó a la final con todos los pergaminos detrás: campeón de dos Ligas Postobón, de la Superliga, de la Copa Colombia. Era tal vez el único equipo colombiano que podía darse el lujo de tener dos nóminas competitivas para barajar el torneo local y la Copa Libertadores de América.Sin embargo, y pese a la gran campaña, en los últimos partidos Nacional había bajado el nivel. Un modesto equipo de Uruguay llamado Defensor Sporting lo había eliminado de la Libertadores, con triunfos tanto de local como de visitante.El segundo tiempo de la final transcurrió estropeado, sin llegadas, por momentos incluso aburrido. El desespero comenzó a apoderarse de los jugadores de Nacional. Las amarillas que se ganaron Alejandro Bernal, Jefferson Duque y Sherman Cárdenas, por los verdes, eran un síntoma de ello.Pero tal vez lo mejor del partido llegó a partir del minuto 80. Un cabezazo de Duque casi acaba con las ilusiones de Junior. El arquero Viera salvó con un piscinazo impresionante. Y fue entonces, cuando los minutos se esfumaban, que Nacional se acordó de volver a prender los motores.Los últimos momentos convirtieron a Viera en la figura del partido. Sus manos pararon todo lo que se le apreció por delante. Nacional se fue encima, en una andanada feroz que tenía eco en las tribunas. Tanto, que al minuto 92, cuando el título parecía irremediablemente en las manos de Junior, John Valoy hizo la hazaña. El partido se acabó y se fue a penales.El resto fue épico. Franco Armani atajó dos penaltis y Nacional no solo se alzó con la estrella catorce, sino que exorcizó el fantasma de hace diez años, uno que estuvo a punto de asomarse. Osorio no pudo pedir más. Un tricampeonato en una misma temporada, un promedio de dos goles por partido, cuarenta partidos ganados y un milagro que nació en el ritual de una oración lanzada desde el camerino.
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